Para muchos la felicidad no existe, es una meta que casi nunca se logra. Una sociedad puede ser “feliz” cuando sus miembros son capaces de convivir de manera armoniosa y pacífica y de resolver sus conflictos de forma no violenta.
¿Cómo se puede lograr esto? ¿Es que hay alguna sociedad en el mundo contemporáneo que pueda ser calificada de “feliz”, en el sentido más amplio del término?
Sí, existe. También existen ciertos parámetros con los que medir esa felicidad. Uno de ellos es el nivel de empatía que muestran los seres humanos, y los niveles de aceptación de lo diferente.
La empatía es esa capacidad que tenemos, en mayor o menor grado, todos los seres humanos desde que nacemos, de ponernos en la piel del otro y poder entender sus sentimientos.
Esta capacidad innata se nota en los bebés cuando lloran o ríen si otro bebé que está cerca lo hace. Entre los dos y tres años, son capaces de reconocer sus propios sentimientos y de hacerlo en los demás. Si un niño se cae, otro lo ayuda a levantarse.
En la adolescencia son capaces de ponerse en el lugar del otro. Sin embargo, el desarrollo de la empatía no es igual en todos, y por ello resulta muy importante educar a nuestros niños de forma que puedan comprender el sufrimiento de quienes le rodean.
Una educación empática hace que los niveles de bullying, por poner los ejemplos más evidentes, se reduzcan de forma drástica. Desde un punto de vista neurobiológico, las áreas cerebrales reguladoras de la empatía se solapan con las áreas correspondientes a las de la violencia, y cuando se activan los circuitos cerebrales en cualquiera de los dos sentidos, la contraparte se desconecta. El uno es inhibidor del otro.
Para ponerlo más claro: si se activan los circuitos hacia la violencia, la empatía no aflora. Si por el contrario, los circuitos cerebrales activados se dirigen a un comportamiento empático, esta activación puede funcionar como un inhibidor biológico de la violencia.
Son dos conceptos relacionados e incompatibles, pues mientras más empáticos seamos menos probabilidades hay de que usemos la violencia para la resolución de conflictos. Y al contrario también funciona. Nuestra historia humana tiene millones de hechos que lo testifican.
Eficacia de la educación a través de la empatía
Por ello es importante que se eduque al educador, pero también a los padres y a las madres, y a aquellos que cuidan de los niños. En el caso de los educadores, es imprescindible que para su aceptación se tengan en cuenta factores no solo académicos sino los que tienen que ver con la inteligencia emocional y cómo se desenvuelven con el grupo.
De modo que una política educativa más efectiva es educar en la empatía a los niños desde la escuela y desde el hogar. Ayudarlos a aceptar a quienes son distintos, sin pelear o sin imponer sus propias creencias.
Es indispensable incorporar una línea educativa enfocada en la empatía, de modo de ir creando una sociedad más flexible, más abierta y menos violenta.
Los niños que crecen en ambientes empáticos se comportan de forma más respetuosa, más solidaria con quienes les rodean; de la misma manera, se sienten aceptados y pueden mostrarse tal y como son. Son más felices, y pueden dar felicidad a los demás.
Sin duda, los conocimientos objetivos obtenidos en la escuela son relevantes (es indiscutible la importancia de saber los rudimentos básicos matemáticos, por ejemplo), pero también lo es aprender a relacionarnos con los demás desde la aceptación y no desde la violencia.
Por ello recomendamos el uso de contenido adecuado de calidad, preparado para trabajar ciertas actividades desde la empatía. En nuestro caso, kokoro Kids trabaja duramente para adaptar los contenidos y que ayuden al desarrollo de nuestros hijos.